Por Alvaro Silva
“Antes de llegar a este mundo fui una idea. Aparecí en la mente de mis papás mucho antes de que decidieran que era momento de tener un hijo, era un deseo, un plan. Luego fui tomando forma, y empecé a crecer dentro de un ambiente, cómodo y tibio, flotando en paz. A veces oía sonidos dulces, que luego descubriría como voces. Dentro de esa pequeña capsula de líquido nada me faltaba, ni nada me perturbaba. Hasta que un día salí al otro lado, de donde venían las voces. No había líquido, tenía que respirar. Fue un cambio radical. Había muchos estímulos por todas partes, me incomodaban y yo intentaba quejarme. Pero cuando me quejaba, mágicamente algo sucedía, que regresaba casi a la misma paz que cuando estaba dentro de mi mamá. Ella me cargaba, me arrullaba y me calentaba”.
Quizás a veces el afecto y el cariño hacia un recién nacido se dan por sentado, es algo que simplemente se asuma, tal vez sea por que evoca ternura. Pero la importancia que tiene para ese bebe recibir ese afecto de figuras significativas (usualmente los padres, pero engloba a quien sea su cuidador principal) es sumamente importante. Durante los 40, Spitz investigó un fenómeno que denominó “hospitalismo”, en donde observó a bebes, que eran cuidados y atendidos por el personal de la institución, pero sin ningún tipo de vínculo afecto. Simplemente sus necesidades físicas eran cubiertas, tenían comida, ropa, aseo, etc. Pero se veían privados de la mirada tierna, el calor del contacto piel a piel, las caricias, entre otras muestras de amor. Estos niños presentaban mayor proclividad a enfermarse, ansiedad, retrasos en el desarrollo e incluso aumento de mortalidad.
Estas muestras de afecto que a veces se dan por sentado, tienen un enorme valor para el recién nacido. Le permiten aprender a regular sus emociones, a desarrollar su si-mismo, a entender y relacionarse con los otros y a desarrollar la confianza para poder explorar su ambiente, ganando poco a poco mayor autonomía. Desde que él bebe llega al mundo, se activa un sistema entre la madre y su hijo, en que él bebe que ha llegado a este mundo nuevo y extraño, busca la proximidad de alguien que pueda cuidarlo y protegerlo y a su vez hay un adulto que responde a esta búsqueda. Tras el parto, la madre entra en un estado psicológico particular, que la conecta con una sensibilidad especial que le permite poder leer y decodificar las necesidades de su hijo, adaptándose casi de manera total a las necesidades que este necesita. Por ello, puede diferenciar llantos de hambre, incomodidad o deseo de ser cargado. Así, él bebe no tiene nada más que preocuparse por simplemente ser, sin mayores angustias.
La capacidad de la madre de poder sostener y cuidar a su hijo con afecto y devoción le proporcionan al bebe una base para poder ir desplegando su ser, su personalidad y todas sus potencialidades. La importancia de estas vivencias tempranas radica en que se van instalando como huellas, que pueden proporcionarle confianza y seguridad (o desconfianza e inseguridad) para sus posteriores interacciones con el ambiente. Se van registrando y grabando en su memoria modelos de si-mismo, de los otros y de estar-con otros.
No hace falta ser una madre perfecta, ni una maquina podría lograrlo, como menciona Winnicott, basta con ser “suficientemente buena”, lo cual implica mostrarse dispuesta para atender con afecto y devoción las necesidades de los hijos. Las pequeñas fallas, siempre y cuando sean pequeños errores no intencionales, que se puedan ir dando en el camino, le ofrecerán los hijos la posibilidad de ir desplegando su propia creatividad y autonomía.