Por Sandra Linares
El día de la madre es uno de los más celebrados a nivel mundial. La figura de la madre es una figura importante debido al rol que estas tienen desde el inicio de nuestras existencias y el vínculo que se crea a partir de este.
Este día en particular puede estar cargado de alegría, nostalgia o tristeza, lo cual está ligado a las vivencias de cada persona en relación con sus propias madres y figuras maternas.
Así, cuando pensamos en una madre, pensamos generalmente en el cuidado, la constancia, compañía y el afecto.
Pero, ¿Qué es la maternidad?
Esta es una pregunta difícil de responder ya que la maternidad en sí es innegablemente compleja.
Existe una marcada brecha entre la imagen idealizada de la figura materna y las realidades cotidianas del ejercicio de la maternidad, que con frecuencia generan desafíos y conflictos difíciles de resolver para las madres. A través de siglos de historia cultural y social, persiste la noción de una maternidad exclusivamente instintiva, que encasilla a las madres en un papel predefinido y asumido como natural o biológico. Esto pone un gran peso expectante sobre todas las madres y no considera todas las maternidades existentes, ya que ser madre no se limita únicamente a concebir y dar a luz un hijo.
Respecto a esto último, Recalcati nos habla de que la maternidad es un evento del deseo, que va más allá de lo meramente biológico y surge desde el inconsciente. Así, la maternidad es deseante y simbólica, es decir, ser madre es una elección consciente y deseada, independientemente de si la persona es madre biológica o adoptiva; y, no se reduce a un acto biológico, sino que tiene una dimensión cultural y emocional más amplia influenciada por las creencias, valores y expectativas de la sociedad en la que se vive. Esta comprensión de la maternidad como deseante y simbólica refleja un cambio en la percepción de la maternidad, que ya no se limita a lo biológico, sino que también está imbuida de significado cultural y emocional.
Por otro lado, en la actualidad, a pesar de los cambios en algunas prácticas en nuestra sociedad, donde se puede observar una progresiva participación de los hombres en responsabilidades tradicionalmente asociadas con la maternidad, debemos considerar que este cambio es parcial, ya que aún queda mucho por hacer para lograr una igualdad de participación en la crianza, y además porque su participación no esta distribuida de manera uniforme ni aceptada plenamente a nivel cultural y social. Por lo que el peso y las expectativas que se colocan sobre el rol materno y el acto de maternar continúan siendo desafiantes para las madres en la sociedad contemporánea.
La complejidad de la maternidad persiste, desafiando las nociones preconcebidas y destacando la necesidad de una comprensión más amplia y inclusiva del papel de las madres en la sociedad. Por tanto, sigue siendo fundamental cuestionar y redefinir las expectativas asociadas con la maternidad en la sociedad contemporánea.
¿Que se espera de una madre?
La presión que existe sobre ser la «madre perfecta», capaz de amar, leer y sostener a sus hijos, mientras también se dedica a estudiar, trabajar u otros intereses, refleja las tensiones subjetivas y culturales que pueden desencadenar conflictos difíciles de abordar.
La realidad es que no hace falta ser una madre perfecta, sino suficientemente buena. La madre suficientemente buena (no necesariamente la propia madre del bebé), según Winnicott es aquella que, con afecto y atención, hace una adaptación activa a las necesidades del niño, comienza con una adaptación casi completa a las necesidades de su bebé y, a medida que pasa el tiempo, se adapta cada vez menos completamente, gradualmente, de acuerdo con la creciente capacidad del niño para lidiar con su fracaso mientras se vuelve más autónomo. Esto, además de ayudar con el desarrollo emocional del niño y su subjetividad, también es la base de todo vínculo de apego amoroso futuro.
Asimismo, la madre cumple la función de guiar al niño, ayudándolo a construir su mente y desarrollar su propia identidad y subjetividad. Lacan nos habla de la función espejo de la madre, y menciona que el niño sabe que su madre ve algo cuando lo mira, siendo la madre el primer espejo en el que el niño se enfrenta con el problema de su imagen. Una madre que cumple la función de un buen primer espejo da un reflejo positivo del sí mismo, es consistente y logra que el niño desarrolle una noción de totalidad y de Yo.
Así, aunque como podemos ver la figura materna tiene un papel muy importante en el desarrollo de los hijos/personas. También es importante que esta mantenga cierta separación emocional de sus hijos, siendo capaz de amar profundamente pero sin perder su identidad individual. Reconociendo y aceptando sus propios afectos, deseos, errores, como válidos y saludables; y manteniendo espacios propios.
Es esencial honrar las singularidades de cada madre, sin compararlas y sin esperar “madres perfectas”.