Por Belen Pappalardo Granel
“El púber, desde su propia historia, desde sus anhelos, ilusiones y deseos,
desde los sostenes identificatorios de los otros, de la cultura y sobre todo de sus pares,
escucha ese cuerpo, lo descubre, lo ignora, lo contiene, lo odia, lo maltrata, lo usa, lo enferma”.
(Rother, p. 58)
La pubertad se entiende como un pasaje de la infancia a la adolescencia. Ella irrumpe desde el cuerpo, con los cambios fisiológicos que llegan sin poder evitarse. Rompe el aparente equilibro de la etapa anterior, tras ingresar a un estado de “caos” a raíz de las múltiples transformaciones que se llevan a cabo.
Debido a que se trata de una transición que se desarrolla a lo largo de varios años, este proceso no es sencillo. Los cambios ocurren a causa de los fenómenos hormonales. Estos provocan el crecimiento de los vellos en diversas zonas, el crecimiento de las extremidades, cambios en la voz, se desarrollan los senos y crecen las caderas en las mujeres, entre otros cambios que implican la modificación de la silueta.
Por lo tanto, los púbers se pueden encontrar frente a un físico torpe, demasiado ancho o demasiado alto, con un molesto acné en la cara, entre otras alteraciones. Dolto indica “Uno se siente como un departamento en construcción donde no hay ni un rinconcito tranquilo para descansar. Porque está en plena mutación. Tanto en lo interior como en lo exterior”. (p. 29)
Todos los cambios corporales causan un impacto psíquico, debido a que se llevan a cabo a veces más rápido que la posibilidad del joven de adaptarse a ellos y elaborarlos. A lo largo de dicho proceso, el adolescente se enfrentará a descubrir un cuerpo que inicialmente le es complejo reconocer como propio. Un cuerpo cambiante y diferente a la imagen que podría tener en su mente de lo que cree ser.
El púber asume entonces, ante la clara transformación corporal, que paulatinamente entrará al mundo de los adultos. Ese mundo deseado y a la vez temido, que significa la pérdida de su condición de niño, y lo empuja a aceptar, con dolor, el desprendimiento de su propia infancia. Su nuevo cuerpo es representativo de un momento evolutivo que se perdió. De esta manera, deberá elaborar no únicamente el reconocimiento de sus cambios, sino también el duelo del cuerpo de la infancia que dejó de existir.
A lo largo del proceso de adaptación, a la vez entran en juego la aparición de dudas y cuestionamientos que previamente no se tenían. Estos giran entorno a una idea ¿soy lindo o soy feo? Comienzan a construirse una imagen ideal de sí mismo, basada en criterios externos (sociales y culturales), y el joven es acechado por este ideal tan deseado. La imagen que se refleja en el espejo se torna esencial, porque es interpretado para el adolescente, como la forma en la que es visto por las otras personas. Sin embargo, Dolto señala “Pero el espejo no nos muestra nunca lo que los demás ven cuando nos miran, porque un rostro no revela la personalidad cuando se anima. Una sonrisa puede iluminar rasgos que parecían ingratos en la inmovilidad” (p. 29).
Finalmente, la compleja transformación del adolescente, que también se entiende según Rousseau, como un “segundo nacimiento”, es impactante y movilizante. Por lo tanto requiere de figuras parentales que lo acompañen e instruyan respecto a ello, para que de esta manera el joven tenga un mayor entendimiento de lo que le está ocurriendo. Necesita que lo ayuden a comprender que le pasa, y allí, los adultos, quienes también han tenido que atravesar por lo mismo, son las personas ideales para apoyarlos y contenerlos en sus angustias.
Bibliografía:
Dolto, F., & Dolto-Tolitch, C. (1992). Palabras para adolescentes o el complejo de la langosta. Buenos Aires: Atlantida.
Rousseau, J. (1762). Emilio o sobre la educación. Bergua. Madrid.
Rother Hornstein, M, (2015). Adolescencias Contemporáneas. Un desafío para el psicoanálisis. Buenos Aires: Psicolibro ediciones.