Por Michela Svagelj
Imagina que estás en una reunión de trabajo y una compañera propone una idea interesante.
Sin embargo, nadie parece prestarle atención. Minutos después, un colega menciona la misma
idea y, de repente, todos la celebran como si fuera suya.
Este tipo de situación, tan común y a menudo pasada por alto, es un ejemplo de
micromachismo: Imagina que estás en una reunión de trabajo y una compañera propone una idea interesante.
Sin embargo, nadie parece prestarle atención. Minutos después, un colega menciona la misma
idea y, de repente, todos la celebran como si fuera suya.
Este tipo de situación, tan común y a menudo pasada por alto, es un ejemplo de
micromachismo: actitudes o comportamientos sutiles que invisibilizan o minimizan el valor de
las mujeres en ciertos espacios. ¿Te ha pasado algo similar? ¿Darte cuenta de haber tenido un
juicio influenciado por el género de otra persona, incluso sin ser consciente de ello?
En el contexto del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer,
reflexionamos sobre una pandemia que, a diferencia del COVID-19, no se visibiliza en hospitales
llenos ni en titulares de emergencia sanitaria, pero que también cobra vidas a diario: el
machismo. Esta pandemia silenciosa atraviesa nuestras familias, nuestras relaciones y nuestras
rutinas. Nos afecta a todos y a todas, sin distinción. Pero, ¿cómo nos involucra a cada uno de
nosotros y cómo podríamos enfrentarlo desde nuestro entorno más cercano?
En el Perú, los datos sobre feminicidios son alarmantes. Según cifras recientes, el país registra
decenas de muertes violentas de mujeres cada año, muchas de ellas a manos de parejas o
exparejas. Estas cifras son más que un número: representan una vida, una familia destruida, y
un sistema que, en muchos casos, ha fallado. Los feminicidios son la expresión más visible y
extrema del machismo, pero detrás de cada uno de estos casos hay un patrón de violencia que
empieza en el silencio de la cotidianidad.
El feminicidio, como acto de violencia fatal, es solo la punta de un iceberg mucho más
profundo. Esta violencia tiene raíces en expresiones que muchos consideramos «pequeñas»,
como los chistes sexistas, los comentarios sobre cómo «debería comportarse» una mujer, o el
constante cuestionamiento a sus decisiones personales. También están presentes las
microagresiones diarias, esas miradas que subestiman a una mujer en el trabajo o que la
colocan en un segundo plano en los espacios públicos. Todo esto no es anecdótico; es el
terreno donde crece la normalización de la violencia.
El machismo se manifiesta en múltiples niveles. Va desde la violencia física hasta los gestos
aparentemente «inofensivos» que cargan una dosis de menosprecio o de control. Por ejemplo,
la idea de que las mujeres «deben» quedarse en casa o asumir ciertos roles dentro del hogar es
una expresión de machismo que, aunque más sutil, limita las oportunidades y la autonomía de
miles de mujeres. Los comentarios sobre cómo debería vestirse o comportarse una mujer en la
calle, las miradas invasivas y el lenguaje despectivo también son formas de violencia que no
siempre se reconocen, pero que refuerzan una idea de superioridad masculina.
Deshacernos del machismo no es fácil, pero si todos y todas miramos con atención nuestras
propias actitudes y reflexionamos sobre el impacto de nuestras palabras y acciones, estaremos
dando un primer paso hacia el cambio. Este tipo de violencia no es «asunto de mujeres»; es una
problemática que nos involucra como sociedad y que se combate desde la educación, desde los
hogares, desde las conversaciones cotidianas.
Desaprendamos juntos. Preguntémonos: ¿cómo puedo contribuir a una sociedad donde todos y
todas nos sintamos seguros? ¿Qué enseñanzas de nuestra cultura debemos cuestionar y
replantear para dejar un mejor lugar para las próximas generaciones?
Cambiar esta realidad requiere un compromiso de toda la sociedad. Desde los espacios de
trabajo, la familia y la escuela, hasta los entornos públicos y virtuales, necesitamos construir
relaciones de respeto y de igualdad. Si queremos un mundo donde las mujeres puedan vivir sin
miedo, donde cada feminicidio sea un recuerdo de una realidad que logramos erradicar,
necesitamos actuar. Porque el machismo no es solo una conducta equivocada, es una
pandemia que podemos y debemos detener. Partiendo de ello, es pertinente plantear la
siguiente pregunta: ¿qué cambios harías en tus acciones para ayudar a reducir el machismo en
la sociedad? ¿Te ha pasado algo similar? ¿Darte cuenta de haber tenido un
juicio influenciado por el género de otra persona, incluso sin ser consciente de ello?
En el contexto del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer,
reflexionamos sobre una pandemia que, a diferencia del COVID-19, no se visibiliza en hospitales
llenos ni en titulares de emergencia sanitaria, pero que también cobra vidas a diario: el
machismo. Esta pandemia silenciosa atraviesa nuestras familias, nuestras relaciones y nuestras
rutinas. Nos afecta a todos y a todas, sin distinción. Pero, ¿cómo nos involucra a cada uno de
nosotros y cómo podríamos enfrentarlo desde nuestro entorno más cercano?
En el Perú, los datos sobre feminicidios son alarmantes. Según cifras recientes, el país registra
decenas de muertes violentas de mujeres cada año, muchas de ellas a manos de parejas o
exparejas. Estas cifras son más que un número: representan una vida, una familia destruida, y
un sistema que, en muchos casos, ha fallado. Los feminicidios son la expresión más visible y
extrema del machismo, pero detrás de cada uno de estos casos hay un patrón de violencia que
empieza en el silencio de la cotidianidad.
El feminicidio, como acto de violencia fatal, es solo la punta de un iceberg mucho más
profundo. Esta violencia tiene raíces en expresiones que muchos consideramos «pequeñas»,
como los chistes sexistas, los comentarios sobre cómo «debería comportarse» una mujer, o el
constante cuestionamiento a sus decisiones personales. También están presentes las
microagresiones diarias, esas miradas que subestiman a una mujer en el trabajo o que la
colocan en un segundo plano en los espacios públicos. Todo esto no es anecdótico; es el
terreno donde crece la normalización de la violencia.
El machismo se manifiesta en múltiples niveles. Va desde la violencia física hasta los gestos
aparentemente «inofensivos» que cargan una dosis de menosprecio o de control. Por ejemplo,
la idea de que las mujeres «deben» quedarse en casa o asumir ciertos roles dentro del hogar es
una expresión de machismo que, aunque más sutil, limita las oportunidades y la autonomía de
miles de mujeres. Los comentarios sobre cómo debería vestirse o comportarse una mujer en la
calle, las miradas invasivas y el lenguaje despectivo también son formas de violencia que no
siempre se reconocen, pero que refuerzan una idea de superioridad masculina.
Deshacernos del machismo no es fácil, pero si todos y todas miramos con atención nuestras
propias actitudes y reflexionamos sobre el impacto de nuestras palabras y acciones, estaremos
dando un primer paso hacia el cambio. Este tipo de violencia no es «asunto de mujeres»; es una
problemática que nos involucra como sociedad y que se combate desde la educación, desde los
hogares, desde las conversaciones cotidianas.
Desaprendamos juntos. Preguntémonos: ¿cómo puedo contribuir a una sociedad donde todos y
todas nos sintamos seguros? ¿Qué enseñanzas de nuestra cultura debemos cuestionar y
replantear para dejar un mejor lugar para las próximas generaciones?
Cambiar esta realidad requiere un compromiso de toda la sociedad. Desde los espacios de
trabajo, la familia y la escuela, hasta los entornos públicos y virtuales, necesitamos construir
relaciones de respeto y de igualdad. Si queremos un mundo donde las mujeres puedan vivir sin
miedo, donde cada feminicidio sea un recuerdo de una realidad que logramos erradicar,
necesitamos actuar. Porque el machismo no es solo una conducta equivocada, es una
pandemia que podemos y debemos detener. Partiendo de ello, es pertinente plantear la
siguiente pregunta: ¿qué cambios harías en tus acciones para ayudar a reducir el machismo en
la sociedad?