El cáncer se ha convertido en una de las principales enfermedades que aqueja a miles de personas alrededor del mundo. Este diagnóstico, además, no solo es complejo por la manera en la que afecta al paciente, sino también por los efectos que tiene en la vida de quienes lo rodean, como, por ejemplo, su familia. Es por ello que consideramos importante hacer un análisis sobre aquello que sucede en la familia luego de que uno de sus miembros recibe este diagnóstico y visibilizar los retos que trae consigo.
Cuando un ser querido es diagnosticado con cáncer la familia desencadena en una crisis, se desorganiza pues interrumpe la cotidianidad de la vida diaria de sus integrantes y los proyectos a futuro. Por otra parte, luego de este primer shock, puede darse un periodo de adaptación y reorganización de tareas y el apoyo en función de la comprensión del diagnóstico y las consecuencias de este. Sin embargo, la reorganización no siempre se da con facilidad puesto que la distribución de tareas puede ser equitativa y la responsabilidad de los cuidados básicos del paciente con cáncer podría recaer sobre una sola persona, convirtiéndose en un cuidador primario. Debemos tomar en cuenta que esta persona no necesariamente estará capacitada para lidiar con las consecuencias físicas y psicológicas que el cáncer genera.
Entonces, ¿quién es el cuidador primario? Se puede decir que es una persona adulta con un vínculo de parentesco, que es alguien significativo para el paciente (esposo/a, hijo/a, etc.) quien asumirá la responsabilidad del cuidado y acompañamiento en proceso de recuperación o despedida. De esta forma, el cuidador primario es quien se encargará de atender no solo las necesidades físicas del paciente, sino también las emocionales. Además, ayudará a realizar todas aquellas actividades que el paciente ya no puede hacer por sí mismo, como la movilización, el cuidado del aseo, la alimentación, entre otras. Asimismo, muchas veces hará todo ello sin recibir una capacitación previa ni ayuda económica, lo cual, más adelante, ocasionará que el cuidador experimente mucha tensión e inclusive altos niveles de ansiedad debido al gran reto que enfrenta diariamente.
Cuidar a una persona enferma se puede convertir en una ardua tarea debido a la repetición de situaciones conflictivas y a la soledad o falta de apoyo de otros miembros de la familia, llevando al cuidador a experimentar sentimientos de frustración y una sensación de agotamiento excesivo pues debe hacer todo solo. Asimismo, la falta de energía, desgaste y fatiga también puede llevarlo a cambiar su actitud hacia otras personas de forma negativa, afectando incluso el vínculo con el paciente.
La tarea puede ser tan demandante para el cuidador, al postergar o renunciar a otros aspectos de su vida que lo invade sentimientos de fracaso y falta de realización personal. Ello, a la vez, puede tener como consecuencia una baja autoestima, aislamiento social, bajo rendimiento académico o laboral, aumento de irritabilidad y una baja tolerancia a la frustración.
Y, ¿qué podemos hacer frente a ello? Una alternativa es que el cuidador primario pueda contar con distintos tipos de apoyo, como la asistencia a grupos de soporte o programas especializados resultaría de gran ayuda pues la información y formación que estos proporcionen brindarán un panorama más claro de la enfermedad, de sus complicaciones y de cómo manejarlas.
Asimismo, el apoyo familiar no solo dará cuenta del valor que tiene el trabajo que viene realizando el cuidador, sino que también permitirá la planificación conjunta de tareas y la resolución de problemas, dejando un espacio al cuidador para que este pueda tener la oportunidad de salir de la rutina y tener momentos que sean de descanso y esparcimiento. Finalmente, es importante que el cuidador también pueda fijar objetivos y expectativas realistas, establecer sus propios límites y pedir y aceptar ayuda para que así también pueda cuidar de sí mismo.