Por Alvaro Silva
La depresión no es cosa simple. Es común escuchar en nuestro entorno “estoy depre”, o que los lunes después de un buen fin de semana deprimen, así como mirar por la ventana y ver Lima, la gris. La palabra depresión se ha convertido en el argot popular para denominar un estado de ánimo penoso o un sentimiento de tristeza. Resulta importante hacer la distinción entre un estado de tristeza, un duelo y la depresión, a fin de comprender la importancia de la atención adecuada de la depresión.
Sentirse triste en algunos momentos de nuestra vida es normal y esperable. Distintas circunstancias pueden generar que experimentemos un estado de ánimo penoso, ganas de llorar o desinterés. Sin embargo, estos estados suelen ser temporales y usualmente están asociados a algún factor circunstancial de nuestras vidas. Pueden ser contrarrestados con facilidad por algún elemento relajante o placentero como alguna actividad que disfrutemos, un amigo o la familia.
Los estados de duelo suelen traer consigo síntomas como profunda tristeza, pérdida de intereses e inhibiciones. Sin embargo, si bien estas características son mas intensas y profundas que en un episodio de tristeza, es esperable que pasado cierto tiempo que permita la elaboración y aceptación de la pérdida, puedan ceder y la persona regrese a un estado anímico habitual.
La depresión es una enfermedad clínica grave. En la actualidad es considerada por la Organización Mundial de la Salud como la primera causa de discapacidad en el mundo. Las depresiones se caracterizan por la presencia de un humor depresivo, desinterés, indiferencia afectiva, incapacidad para experimentar placer y disfrutar, el apetito y el sueño pueden incrementar o disminuir, y pueden presentarse autorreproches, sentimientos de culpa e ideas suicidas.
En la cultura actual pareciese que hubiese un mandato implícito a ser feliz, en donde la pena y la tristeza, no tienen lugar. Ser y estar feliz es casi una obligación. El sufrimiento íntimo apenas hace su aparición, en cualquiera de sus manifestaciones, desde el estado de ánimo hasta una depresión franca, debe ser bloqueado, eliminado, guardado bajo siete llaves. Aquel que sufre o no esta feliz es juzgado, como si el estuviese eligiendo sentirse mal y padecer, perdiendo su tiempo, siendo egoísta, ya que depende de el mismo cultivar pensamientos positivos, salir a tomar una chela o una fiesta para poder sentirse mejor. La vida parece cuesta arriba, el peso que se carga agota, la energía se apaga. El suicidio muchas veces parece la única salida. Aquel gesto de desesperación es visto actualmente como signo de debilidad.
Si fuese así de fácil la depresión no existiría, sin embargo, mundialmente alrededor de 350 millones de personas son afectadas. Y es que, al ver la felicidad como mandato, la depresión queda a la vuelta de la esquina, es el otro lado de la moneda. Si no se cumple el ideal, sobreviene la culpa, los sentimientos de fracaso y frustración.
Resulta difícil experimentar el propio sufrimiento, la pena, la nostalgia, cuando el propio entorno lo invalida y rechaza, aumentando el desaliento y la culpa. Uno no elige sufrir, es parte de la condición humana y la tristeza es una de las tantas emociones que podemos experimentar.
Es importante experimentar, darle un lugar, reconocer y validar el dolor y el sufrimiento, tanto el propio como el ajeno. La clave no se encuentra en cortar el cable y anularlo, la clave esta en la compresión y la comunicación. Ofrecer compañía, escucha y la posibilidad de recibir una adecuada ayuda profesional.