Por María Teresa Schoof
La corrupción indigna, molesta, duele, frustra, todo ello porque la corrupción miente y engaña. Es un supuesto cumplir la ley cuando lo que realmente está haciendo es transgredirla, donde lo que prevalece es el beneficio propio o de unos cuantos por encima del beneficio general. En ese entorno y con escándalos de gran amplitud, es entendible el profundo desaliento de los ciudadanos y las ciudadanas, la impresión que toda autoridad es corrupta y la impotencia y frustración que da el sentir que aunque se hable y se denuncie, esta quedará impune. En el 2017, en una encuesta nacional sobre percepción de la corrupción se considera que el conflicto no ha tenido progreso en los últimos años y se percibe con desesperanza su mejora. Los datos nos cuentan de un profundo sentimiento de resignación, donde incluso la microcorrupción no se considera como totalmente negativa. La razón principal es, como se manifiesta en la encuesta, “si uno no paga, las cosas no funcionan”.
Por lo tanto, en ocasiones, puede llevar a la pasividad y a la normalización de la misma porque “si él lo hace y no pasa nada, ¿por qué no yo?”. Lo que en la vida cotidiana también impacta. No sólo en tanto uno siente que no puede confiar en las autoridades que deberían velar por la población, sino también en los vínculos que día a día se van construyendo. Los destruye porque se siente que la velocidad de la mentira es mucho más rápida que la de la justicia, que la corrupción y la deshonestidad están protegidas. Esto lleva, asimismo, a una profunda soledad, un desconfiar constante, donde lo que prevalece es el individuo y el cuidar exclusivamente por uno mismo.
Este tipo de actos no son aislados, suceden en menor y mayor amplitud y no están tan lejanos ni son exclusivos de nuestra clase política. Es tan frecuente que también se escucha en el consultorio, a través de lo que las y los pacientes traen. Hace algunos días, Carla llegó a su sesión de terapia, se sentó un poco incómoda en el sillón. La terapeuta lo nota y se lo señala, lo que dio pie para que Carla comenzará a contar lo que la estaba contrariando: una compañera de clase, Ana, tenía mejores notas porque se copiaba. No le parecía justo, estaba muy molesta y frustrada porque aunque ya se lo había comentado a su profesora, ella no lo consideró porque parece que Ana es su preferida.
Es por ello que, especialmente en la actualidad, existe la necesidad de proteger las relaciones sociales y buscar vínculos honestos y transparentes. Siendo la psicología clínica una profesión donde lo que se busca es el bienestar emocional y social de la persona, donde el trabajo es junto a un otro que acompaña, en el consultorio también debe prevalecer la necesidad de procesos terapéuticos éticos y esperanzadores respecto al futuro. La terapia tiene la obligación de ser un espacio seguro, en el que se pueda confiar y donde lo que prime por sobre todo sea el bienestar de a quien se atiende para así no replicar ni incrementar la normalización de aquello que definitivamente está corrompido y que lleva a una deshumanización y desafectivización.
Proética (2017). Décima encuesta nacional sobre percepciones de la corrupción 2017. Recuperado de https://www.proetica.org.pe/contenido/encuesta-nacional-sobre-percepciones-de-la-corrupcion-en-el-peru/