Por Antonella Ramos
Desde la pandemia, que paralizó al mundo entero, nos enfrentamos a una realidad para la que muy pocos estábamos preparados: la soledad. Nos convertimos en personas ajenas a nuestras rutinas, a nuestros afectos, y buscamos desesperadamente formas de sentir compañía, amor, conexión y, sobre todo, ese contacto físico que nos fue prohibido.
En medio de esa búsqueda, descubrimos algo que siempre había estado ahí: unos seres que, en muchos casos, pasaron desapercibidos hasta entonces. Con un acto de valentía y amor, les dimos un hogar y los adoptamos como parte de nuestras familias. De pronto, perros, gatos, aves y hasta conejos se convirtieron en compañeros fieles que transformaron nuestros días grises en momentos llenos de luz.
La pandemia marcó un incremento histórico en la adopción de mascotas. Familias enteras, parejas, personas solas… muchos se lanzaron a esta aventura de compartir sus vidas con un animal. Como psicóloga y como persona que vivió toda esta experiencia, pude confirmar lo que tantas veces había escuchado: la sensación de complemento y calma que puede ofrecer una mascota es única.
El consuelo de una mascota
Un perro que mueve la cola al verte llegar, un gato que se acomoda en tus piernas después de un día agotador, o incluso el canto de un ave que rompe el silencio en casa… Gestos que podrían parecer simples para algunos, pero que tienen un impacto profundo. Estos seres no juzgan, no hacen preguntas incómodas ni exigen explicaciones. Están ahí, ofreciendo su presencia como un refugio en tiempos difíciles.
Durante la pandemia, donde la soledad y la ansiedad se sintieron más agudas que nunca, estas pequeñas interacciones fueron suficientes para sostenernos. Estudios han demostrado que interactuar con una mascota reduce los niveles de cortisol (la hormona del estrés) y aumenta la producción de oxitocina, la hormona del apego, aquella que fortalece los lazos humanos.
Más allá de lo que la ciencia respalda, las mascotas nos enseñan algo que muchas veces olvidamos: vivir el momento presente. Ellos no están preocupados por lo que viene mañana ni se atormentan por lo que pasó ayer. Simplemente disfrutan de cada instante, de cada caricia, de cada mirada. En tiempos donde el futuro parecía incierto, nos invitaron a detenernos y valorar lo que teníamos frente a nosotros.
Adopción: un acto de amor, pero también de responsabilidad
Sin embargo, adoptar una mascota no es sólo recibir amor incondicional; también implica compromiso. Durante la pandemia, muchas personas tomaron decisiones impulsivas, quizás movidas por la necesidad del momento, sin considerar las necesidades a largo plazo de estos animales. Ahora, más que nunca, es crucial fomentar una adopción consciente. Ellos también merecen un hogar seguro, estable y lleno de amor, como lo han sido para nosotros.
La huella emocional de nuestras mascotas
La pandemia dejó cicatrices profundas, pero también nos enseñó lecciones valiosas. Una de ellas es que el amor puede llegar en formas inesperadas: en patas que corren hacia ti, en colas que se mueven emocionadas o en ronroneos que acompañan tus pensamientos. Si bien nuestras mascotas no resolverán todos nuestros problemas, nos han mostrado que la conexión, el cuidado mutuo y el simple acto de estar presentes pueden ser una curita para nuestras heridas.
Al final, ellas nos recuerdan algo esencial: el bienestar emocional se encuentra en esos pequeños momentos que nos invitan a ser más humanos.