Por Alvaro silva
El coronavirus o COVID-19 fue apareciendo en las noticias, al principio como algo muy lejano. El contagio viral en Wuhan podía sonarle a uno casi como algo extraído de una novela. La idea de una pandemia, de un contagio viral de dimensión internacional como la que vivimos, solo circulaba en la historia universal y la ficción. Considerarla en tiempo presente o futuro no resultaba pensable. Este enemigo invisible, que irrumpió de manera impensada para la mayoría ha constituido un verdadero trauma psíquico. Resulta complicado encontrar maneras de hacerle frente.
El temor de contagiarse, el miedo a la muerte, la intranquilidad por la sensación de encierro, la preocupación por la subsistencia individual, el pánico ante la idea de escasez, la ansiedad de la soledad, la angustia por la impotencia de seguir con las actividades cotidianas y la terrible incertidumbre del ¿Hasta cuándo? Son algunas de las manifestaciones del impacto traumático de la situación que la humanidad atraviesa actualmente.
Nuestra sociedad está habituada al consumo, a lo inmediato, a la hiper exigencia, a tener todo ya y no parar ni cuando se duerme. A sacarle el jugo a lo que se pueda y luego desecharlo. Este funcionamiento ha sido puesto en jaque por el coronavirus y las medidas de aislamiento. Es como si la realidad nos hubiese obligado a poner pausa, “chepi”, al acelerado y vertiginoso ritmo de vida que suele dejar de lado el pensar, el sentir, el vincularse, la intimidad y la empatía. Y así, confrontados con las privaciones, frustraciones y prohibiciones de esta coyuntura, nos vemos despojados de los calmantes habituales para los sufrimientos, vacíos y angustias individuales.
El tiempo libre, el estar solo, se puede tornar amenazante. Empezamos a tomar conciencia de sentimientos e ideas que solíamos mantener a raya con el exceso de trabajo, las compras, las fiestas, las sustancias, etc. La soledad nos permite descubrir muchas cosas. Incluso acatando la medida de aislamiento en familia, a lo largo del día nos hallamos en distintos momentos solos con nosotros mismos, tomando contacto con nuestro mundo interno. En el podemos encontrar muchas ansiedades, temores y miedos, algunos de épocas pasadas pero exacerbados y re potenciados por el peligro sentido por el coronavirus.
Y no se trata de no tener miedo o no tener ansiedad; no sentirse encerrado o no sentirse solo. No es posible, ya que no se trata de decisiones o elecciones, son reacciones inconscientes y automáticas. Sin embargo, podemos conscientemente elegir qué actitudes tener frente a ese miedo y qué podemos hacer con ese miedo y esa ansiedad, cómo vivirlos y experimentarlos. Podemos dejarlos conducir nuestra vida, o podemos ir encontrando maneras de darles otros sentidos, irlos domesticando mediante el darles forma, al ponerlos en palabras, en historias, en intercambios empáticos con otro, en representaciones artísticas, diluyendo así, de a pocos, su potencial traumático y encontrando maneras de que esas heridas adquieran nuevos significados.
Esta pausa también puede ser un respiro, una oportunidad. Una oportunidad para mirar un poco más allá de nosotros mismos (y nuestros egoísmos). Como le diría el zorro al Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos, solo con el corazón se puede ver bien”. Así, podemos descubrirnos asombrándonos con los atardeceres, que en Lima no son tan grises o la paz del silencio de una calle sin tráfico. Podemos reencontrarnos con nuestros seres queridos, familiares y amigos. Quizás interactuamos con ellos a menudo, pero de manera superficial y utilitaria, y este periodo nos permite volver a conectar, a vincularnos afectivamente con los otros, realmente preocupándonos y permitiéndonos conectar empáticamente son el sentir del prójimo. Quizás encontremos que alguien más experimenta emociones similares a las nuestras y en ese compartir la experiencia, sentirnos comprendidos y apoyados, vayamos encontrando alivio.
Puede ser también la oportunidad para retomar hábitos perdidos, la hora de lectura tan disfrutada años atrás, el placer de las actividades artísticas, o el relajo después de una breve rutina deportiva. Y sobre todo, podemos reencontrarnos con nosotros mismos, no solo con nuestros temores, si no también con nuestros potenciales, quizás suspendidos por falta de tiempo, con nuestra posibilidad de crear y seguir creciendo.
Es importante tomarlo con calma y poder uno mismo ir descubriendo cómo puede uno reorganizarse internamente, sin tomar como exigencias o mandatos las sugerencias que aparecen en redes, ya que no a todos nos funcionan las mismas estrategias. El yoga, el teletrabajo, colorear, las planchas y abdominales, etc; son alternativas válidas para hacer frente a la ansiedad pero no son recetas universales infalibles. Es fundamental poder ir reconociendo en nosotros mismo nuestro sentir, y encontrar qué nos va funcionando a cada uno. Fácil decirlo, pero muchas veces ese viaje interno resulta muy complejo por diversos motivos. Para esos casos, Que este periodo de aislamiento consista sólo en un aislamiento físico, más no emocional. La tecnología de la que gozamos actualmente permite la oferta de espacios psicológicos y terapéuticos que ofrecen escucha, comprensión y apoyo. Hay manos tendidas, dispuestas a ayudar en lo que necesites.
Que sea un periodo en el que re-aprendamos la capacidad de cuidarnos y cuidar a los otros. Solo así atravesaremos la tormenta.