Por Carmen Valenzuela A.
¿Y qué pasa cuando falta alguien el día de la navidad?
Esa silla vacía, ese abrazo perdido, esa voz que ya no se escucha. Llega ese minuto doloroso que paradójicamente muchos buscan vivirlo con alegría. Cuando la ausencia, o el espacio vacío es negado se alimenta un nudo doloroso que se aloja en el pecho, como si fuera el corazón el que doliera.
Cuando todo y todos están completos el alivio surge y un feliz navidad se grita y se siente en todo el ambiente en que se comparte. Y es verdad que no importa lo que se traiga, tampoco los regalos o sí es falso el Papa Noel que llega imitando un oh, oh, oh forzado.
La ausencia física de alguien no limita ni anula la capacidad para disfrutar y celebrar la vida con quienes están presentes. Paralizarnos en el dolor permanente tal vez sea el disfraz de otros pesares que no queremos resolver ahora en el presente. Tal vez, justificamos con la tristeza de la perdida, aquello que no nos atrevemos a luchar por alcanzar en el presente.
¿Y cuando en ese minuto doloroso llega en donde la ausencia se siente más intensa?
Queda recibir el abrazo acogedor que nos recuerde que no hemos perdido humanidad. Si confiamos que el dolor se transforma podremos reconocer que los seres ausentes dejan el espacio físico para ocupar el espacio del corazón. Saber que no es malo extrañar, que en un día tan especial podemos hacer una tregua con la ausencia y sentir la presencia desde el abrazo y el corazón de los que nos rodean y aman.
¿Pero recordar no es acaso el mejor homenaje para quien partió?
Recordar es tener memoria de los afectos que se vivió. Nada ni nadie puede borrar los afectos únicos sentidos. Por tanto ni el tiempo, ni la rabia, ni el miedo puede borrar lo que dejaron los que transitaron por nuestra vida.
Habría que reconocer que la experiencia afectiva no se perpetúa solo con la presencia física. Los afectos no se borran con la ausencia. Los sentimientos y afectos hacia alguien se borran cuando dejan de ser significativos, cuando le quitamos importancia.
Por ello, la gratitud es básica para mantener todo vínculo, toda relación. Agradecer lo compartido, lo enseñado, es decirse así mismo: “esto que me diste fue bueno, y lo conservo en mi corazón”, es el mejor homenaje que podemos rendir a quienes han partido.
También toca reconocer que tampoco fue fácil para quienes se fueron. Tal vez lamentaron no compartir más, en ese cruce entre la vida y la muerte, tal vez lamentaron el tiempo perdido en lo vano, en lo no relevante, en la oportunidad perdida para compartir.
Y entre tanta pena, tendríamos que rescatar lo que queda de vida. Que no tenemos el control de lo que sucede pero si podemos vivir compartiendo y dejando huella en quienes nos rodean.
Tenemos la oportunidad de abrazar y recibir amor de los seres que están presentes y sin duda que la celebración de la navidad es el mejor momento para vivirlo.