Por Belen Pappalardo
El bullying es una problemática cada vez más presente y nombrada en los colegios, por lo cual genera preocupación en los padres, quienes temen que sus hijos sufran de este tipo de acoso. Actualmente los niños y adolescentes escolares se encuentran inmersos en una cultura en la que el bullying es normalizado. Dentro de un salón de clases, es común que se constituyan distintos grupos de amistades con gustos afines. Pero también se observa que algunos de estos grupos son marcados con determinadas etiquetas. Por ejemplo, se marca una diferencia entre los alumnos “populares” de los “pavos”. Etiquetas que podrían pensarse como inofensivas, a veces se llevan a extremos cargados de violencia. Es en estos extremos cuando se habla de acoso escolar.
En la actualidad el término “bullying” es frecuentemente empleado. Su uso ha sido expandido para referirse a diversos casos que pueden incluir el abuso. Sin embargo, implica una situación específica, por lo cuan requiere ser delimitado. El bullying, acoso escolar u hostigamiento, definen una forma de maltrato verbal, físico o psicológico producido entre escolares, que se da de forma reiterada e intencionada hacia la misma víctima a lo largo de un tiempo determinado. Existen tres protagonistas dentro del marco del acoso escolar: el agresor, la víctima y los espectadores o testigos. Se trata de una dinámica grupal en la que todos están involucrados, no únicamente el que agrede.
La víctima de bullying, será sistemáticamente intimidada, descalificada, y ridiculizada. Las continuas humillaciones tendrán un profundo impacto en la valoración que el sujeto tiene de sí mismo. Experimentar críticas permanentes y maltrato de sus pares, inoculará en la víctima una percepción de sí mismo como inferior, y puede afianzar en él inhibiciones, mayor retraimiento, y una baja autoestima. A partir de esta dolorosa vivencia de ser minimizado y atemorizado, se tiende a bloquear la posibilidad de expresar lo que le ocurre, provocando una gran dificultad para identificar el problema.
El agresor, suele seleccionar como víctimas los que son percibidos como más vulnerables, con mayor dificultad para defenderse. De esta manera mantendrá un dominio sobre la víctima, y logrará mediante sus ataques reafirmar su poder sobre el otro. En ciertas ocasiones, las conductas del agresor son una repetición de lo que percibe en otros entornos de su vida. Puede vivir como víctima situaciones de maltrato a nivel familiar, y luego repetir dichas vivencias pero asumiendo el rol del agresor. En este caso, ocurre una identificación con su agresor, por lo que ejerce con un otro las mismas conductas violentas que antes sufría de forma pasiva.
Dentro de esta dinámica violenta existe también un rechazo al otro por ser diferente. El agresor no tolera la diferencia, lo que no es igual a él, lo distinto, lo extraño, es en el fondo provocador de angustia, por lo cual se rechaza y se excluye.
Los testigos se convierten también en parte de la problemática, al quedar paralizados, en posición pasiva mientras observan y a veces promueven el acoso. Están inmersos en lo que parecería ser una ley del silencio. Todos los protagonistas saben lo que ocurre, pero callan como un acuerdo implícito. Con su silencio y mirada indiferente dan cuenta que también aceptan el maltrato, que el hostigamiento y sus efectos se encuentran normalizados.
Para lograr la prevención del bullying, no se debe apuntar únicamente al trabajo con el agresor, sino con todos los participantes, incluyendo los testigos que tienen la potencialidad de provocar cambios. Debe haber un giro en la mirada que se tiene sobre el otro, que en lugar de estar cargada de indiferencia, o temor, pueda ser una mirada empática, que no naturalice la crueldad, sino que luche contra ella. Es necesario romper con el aparente pacto silencioso que atraviesa a todos los protagonistas, y que imposibilita el cambio.
El ámbito escolar no funciona únicamente como un espacio para el desarrollo intelectual, es un lugar de múltiples aprendizajes, y el modo de relacionarse y vincularse con el otro en un entorno social es parte de ello. Cuando hay una cultura escolar donde la exclusión y el maltrato es aceptado, donde se aprende a ser espectador pero callar, donde la violencia es normalizada, los jóvenes incorporarán estos aprendizajes, que traerán consecuencias tanto a nivel individual, como social, a lo largo de su desarrollo.