Por Alvaro Silva
Ser padres implica toda una serie de vivencias, momentos alegres, de compañía, amor, y momentos de molestia y frustración. El afecto y los límites son elementos importantes de la parentalidad y ambas constituyen funciones propias de la maternidad y paternidad. No tienen una asociación directa en función del género de los padres, el afecto no es exclusivo a la mujer o a la persona de la mamá, ni los límites a la del hombre o la persona del papá, ambos pueden ejercer ambas. Antiguamente se solía optar por una disciplina rígida y controladora, los niños no tenían voz alguna. Eran moldeados por la disciplina ejercida por los padres y la sociedad de manera autoritaria. Muchos padres y abuelos en hoy día recuerdan sus infancias: “Uy yo no le podía decir ni A a mi mamá, si no me agarraba a sopapos” o “En el colegio me portaba mal y me metían un varazo en la mano, y si les contaba a mis papás me decían, ¿Qué habrás hecho para merecerlo?” La situación en la actualidad ha dado un giro radical, muchas veces cayendo en la sobreprotección y la indulgencia. Vemos entonces, padres que no ejercen autoridad por no querer castigar, o porque se sienten culpables por haber castigado y terminan levantando el castigo puesto. ¿Qué importancia tienen los límites en la infancia? Fijar límites y sostenerlos mediante castigos no significa no querer a los hijos. Al contrario, los límites en sí, son una expresión de afecto, que demuestran la preocupación por el otro, ya que contienen y acompañan y cuidan. Los límites para un niño tienen una función estructurante, le permiten adaptarse a la realidad, tolerar la frustración a sus deseos y autoregularse. Dejarle al niño una libertad infinita no es una verdadera libertad, ya que no se reconoce los límites del mundo real. Lo importante en la crianza no es conducir a los niños sino ensenarles a conducirse. Es importante situar los límites firmes, no abandonar a los niños en una libertad que los deja desamparados a aprender a conducirse por sí mismos ni caer en autoritarismos represivos que limiten su autonomía. “Bueno es culantro, pero no tanto”, ambos excesos, de permisividad y de autoritarismo son igualmente desaconsejados. Se deben situar límites, que sean consistentes, tolerantes y que se cumplan sostenidamente. ¿Cómo situar esos límites? ¿Si los trasgrede? ¿Le quito la Tablet o el play una semana? ¿Un mes? Los límites no deben fijarse de manera punitiva, recurriendo a al castigo físico, o los gritos, los cuales son vividas como agresiones por los hijos, pierden su función contenedora y se vivencian como un “ojo por ojo”, generando un sentimiento de culpa inhibidor, ya que siente que ha perdido el amor de sus padres y que estos se están vengando por el daño que el causo. Igualmente, el quitarles cosas puede llevar al odio a la autoridad, reforzando la rabia y el deseo de agredir y trasgredir, terminando en un círculo vicioso de trasgresión-castigo-trasgresión-castigo. En este sentido, los castigos como límites deben cumplir la función de restituir la paz, el equilibrio, que los hijos puedan recuperar su honor mediante el castigo y así reconstruir su autoimagen. Así, podrán experimentar que tienen la posibilidad de reparar, que sus agresiones y trasgresiones, no destruyen y los hacen malos e indignos de amor. Tener la posibilidad de reparar conlleva la opción de “pagar por lo hecho”. Como todo en la vida, no hay una receta especifica cómo sobre situar y sostener los límites. El castigo debe facilitar la compresión de las reglas, y que si estas son respetadas podrá gozar plenamente de su libertad, con mayor alivio y confianza. Un castigo nunca debe implicar una humillación, ni venganza, o represalia, por el contrario servirle como ayuda para entender, una ayuda que viene de alguien que lo ama y lo quiere ayudar en la falta cometida.
- Dolto, F. (1998). “Como educar a nuestros hijos”. Barcelona: Paidós.