Por Alvaro Silva
Primero lo primero, ¿Que es la salud mental? Pecaríamos de un optimismo negador e idealista si pensásemos la salud mental como pura felicidad, ausencia de tensiones y frustraciones, disfrute imperturbable. La sociedad actual es una invitación tentadora, pero creo que lejos de ser realmente saludable mentalmente, ofrece múltiples sustitutos, sobrecarga laboral, vicios, drogas, aparatos que “taponean”, ponen curitas, sobre los sufrimientos privados. Curitas y parches que prometen cura y cicatrización, pero que solo ocultan del campo visual la herida, que sigue ahí. Se hace necesario siempre dejarlo tapado.
Igualmente abundan los discursos, de que “todo esta en la mente y sufrir o no sufrir, es una decisión”. Como si la persona con depresión eligiese estar triste, sintiendo un vacío interno y culpándose a sí misma por todo lo malo que le ocurre o como si el ansioso simplemente no pudiese controlar su angustia. La impresionante frase del Joker lo gráfica: «lo peor de tener un trastorno mental es que las personas esperan que actúes como si no lo tuvieras».
El sufrimiento emocional es tan importante y grave como el sufrimiento físico. Ambos son parte de una misma unidad, nuestro ser y por lo tanto se influyen recíprocamente. La salud física lleva gran ventaja sobre la mental o emocional. Hay mucho mayor conciencia sobre la importancia de un estilo de vida saludable, hacer ejercicio, comer balanceado, evitar el cigarro, el alcohol. Así como una mayor empatía hacia el que padece físicamente. Nadie la reclama al afiebrado que eso no es excusa, y que el solito está eligiendo sufrir.
La vida de por si conlleva muchas frustraciones. Así es la realidad, por pesimista que suene. Nuestros deseos, fantasías y aspiraciones siempre tendrán un tope con el mundo externo. Esa es la definición de realidad. Por lo tanto, creo que una idea de bienestar y equilibrio, mas que la ausencia y evitación de conflicto y frustración es la capacidad de tolerar las emociones dolorosas y poder manejarlas adaptativamente, encontrar alternativas, desarrollar recursos que permitan transformar la situación en lugar evitarla. Poder comprenderse y cuidarse a uno mismo, mediante la autoobservación de los sentimientos. Parafraseando a Freud, que la capacidad de amar y trabajar estén despejadas y libres de ser desplegadas. Recurriendo a la jerga juvenil, poder “fluir”.
Suena sencillo, pero como podemos cuidar esto:
Escucharse a uno mismo. Cuando uno se pregunta ¿Por qué siempre me pasa lo mismo? La respuesta se encuentra en el interior de uno, por mas que sienta que de fuera viene el sismo (a veces el cabe, se lo mete uno mismo. Incluso coge la pierna de otro y la pone en su camino)
Mantener vínculos sanos. Relaciones de calidad, donde la identidad e independencia sea respetada, la autonomía y existencia de cada uno no debería ser menoscabada (auto respeto)
Buscar el equilibrio. La vida conlleva ciertas responsabilidades que hay que cumplir, pero del relajo y disfrute no hay que huir. (Ningún extremo es conveniente, bueno es culantro, pero no tanto).
Hacerle un lugar importante a las emociones. Sentirlas, experimentarlas y compartirlas. Poder hablar de lo que uno siente. Para escuchar siempre habrá alguien dispuesto, y si cuesta hallarlo, un psicoterapeuta lo hará por supuesto.