Por Karen Schang
La familia juega un rol importante en la vida del ser humano. Es ahí en donde el niño comienza a construir su propia identidad, a partir de la propia historia familiar precedente y la relación que establece tanto con sus padres como con sus hermanos. Por medio de esta experiencia aprende diversas maneras de vincularse con el mundo que luego trasladará a otros contextos en los que se desenvuelva.
Ante el nacimiento de un hermano, los niños podrán mostrar ciertas conductas como por ejemplo: conductas agresivas, podrían comenzar a comportarse como niños más pequeños o tal vez realizar berrinches con una mayor frecuencia e intensidad. Y es que el nacimiento de un nuevo miembro en la familia podría despertar la fantasía de perder el amor de los padres, fantasía que cobraría más fuerza si el niño es más pequeño. Estas fantasías generarían en él diversos sentimientos como la cólera, tristeza, impotencia y desconcierto, los cuales podrían llegar a generar sentimientos de culpa.
Precisamente esta fantasía parece convertirse en real cuando, luego del nacimiento, el niño comienza a sentirse desplazado y excluido dentro de la familia, al observar que este nuevo miembro necesita y demanda en gran medida de los padres. Esto deriva en sentimientos de celos, que a través del tiempo se expresan en la constante competencia.
Sin embargo, el vínculo entre hermanos también representa un vínculo horizontal, es decir, entre pares. Por medio de la relación fraterna se generan vínculos de reciprocidad en los que el ser humano aprende a compartir. Asimismo, la relación fraterna sería un primer acercamiento a una manera de relacionarse con un otro, es decir, con alguien distinto. Sin embargo, reconocer esta diferencia es un proceso complejo, ya que, por un lado el vínculo fraterno suscita sentimientos ambivalentes, es decir, de rabia y amor al mismo tiempo, al ser el hermano otro semejante, que carga con la misma historia familiar y los mismos padres, que se percibe como muy similar, pero que al mismo tiempo existe un deseo por diferenciarse de este.
Es un vínculo tan importante, que determinará gran parte de la identidad del ser humano y de sus posteriores relaciones con personas fuera del círculo familiar. En ese sentido, nos preguntamos ¿cómo la familia podría manejar la llegada de un nuevo miembro a la familia?
Ante la llegada de un nuevo miembro a la familia, será recomendable que los padres puedan dar lugar a que los hijos expresen estos sentimientos ambivalentes que pueden surgir, el conversar sobre estos sentimientos de cólera o celos y reconocerlos como naturales, disminuirá la culpa que podrán experimentar los hijos por sentirse de esta manera y fomentará la confianza y apertura hacia los padres. Así como también absolver las dudas que ellos muestren, tal vez se estarán preguntando: ¿cómo cambiará mi vida a partir de este suceso? El reafirmar a los hijos que a partir de la llegada de este nuevo miembro, no perderán el amor de sus padres, podrá calmar gran parte de la angustia.
Es importante reconocer que cada hijo es diferente y ocupa un lugar distinto dentro de la familia. La manera en cómo los padres manejen esta singularidad determinará parte importante de la identidad de sus hijos. El reconocer a cada miembro de la familia como diferente, con sus gustos y preferencias, respetándolas, propiciará que cada uno de los hijos se sienta valorado dentro de la familia. Por el contrario, si valoramos más determinadas características de algunos de nuestros hijos, dando lugar a comparaciones (“¿por qué no eres como tu hermano?”), podríamos ocasionar que se genere rivalidad, así como afectar la autoestima de nuestros hijos.
Referencias:
Fernández, D. (2008) El vínculo fraterno y su implicancia en la estructuración psíquica. Revista Internacional de Psicología. Instituto de la Familia: Guatemala.
Kancyper, L. (2004). El complejo fraterno. Buenos Aires: Grupo Editorial Lumen