Por Alvaro Silva
Resulta curioso el ambiente en la ciudad el día del partido. Si salimos a las calles, o navegas unos minutos por las redes sociales, lo primero que te encuentras es a la gente con sus camisetas en el trabajo, en el colegio, carros pintados, policías dirigiendo el tráfico pitando al ritmo de barras futbolísticas. Se deja del lado las diferencias, la discriminación, el racismo, las vivezas y la violencia. Parece como si todo el país se uniese de manera fraternal en torno a la selección. El odio se hace un lado y da paso a la cohesión e integración.
Podemos entenderlo desde el fenómeno de las masas. La condición para que los miembros de una multitud formen una masa, es compartir un interés común por un objeto. El triunfo de la selección aparece como un interés compartido a nivel colectivo. Este fenómeno, analizado por Freud, presenta la particularidad de que mientras la masa perdura, toda la intolerancia desparece y los individuos se comportan como homogéneos, toleran la especificidad del otro y se consideran como su igual. Al alentar a la selección, las barreras sociales, económicas, raciales, etc. desaparecen, al menos temporalmente.
Pero ¿Cómo pensar este sentimiento indescriptible que genera la selección? ¿De que manera entender las intensas emociones que nos hace vivir? Las derrotas llenan de frustración a más de uno, hay quien sufría el marcador en contra y la eliminatoria con tristeza, quien despotricaba con odio contra la selección y quien simplemente se alejaba con indiferencia. Las victorias por otra parte hacen estallar la Plaza de Armas, el parque Kennedy y demás calles, la clasificación en el repechaje transformó las calles de Lima en una fiesta, música, gritos, abrazos que se extendieron por horas e incluso días.
Este objeto en común, la selección, representa algo para cada individuo. En cada peruano hay una relación íntima interna con la selección. Esta relación interiorizada forma parte de nosotros, así como el vínculo con nuestros padres, que a través de los años llevamos en nuestra mente y pueden representar aspectos de cuidado y ternura. Así, la selección no es solo 11 jugadores en la cancha, a partir de esta relación íntima se le atribuye un significado especial, representa algo más que un equipo de futbol.Dependiendo de cómo se haya construido esta relación interna, marcada por múltiples factores, variará la manera de vivirla y teñirá los afectos, emociones y pensamientos que cada uno experimenta hacia ella. Ver a la selección ganar significa mucho más que un marcador favorable en un juego de 11 vs 11. Se dice: “Cuando juega la selección, jugamos todos”. ¡Ganamos! ¡Clasificamos! La selección representa una parte de cada uno de nosotros, por lo que su éxito es vivido como un éxito propio. Nos permite vernos y sentirnos ganadores al verlos ganar.
La clasificación al mundial fue un proceso de largo aliento, lo cual implicó poder sostener el deseo, apuntando a una meta mayor, no era suficiente ganar un par de partidos. Nos muestra la importancia de postergar placeres y descargas inmediatas y subordinar esos impulsos en pro de una satisfacción mayor; no ceder a la tentación de las juergas, salidas y borracheras. La clasificación brindó la oportunidad a muchos jóvenes de vivir la experiencia de triunfar y ser vencedor y poder compartir esta alegría con nuestros seres queridos.
Creo que experimentar estas vivencias, nos permite reparar y fortalecer la identidad nacional peruana, poder “sentir el orgullo de ser peruano y ser feliz”. Pero como reza el comercial de movistar, ¿Llegamos solo para clasificar?