Por Karen Schang
Pensemos en niños y adolescentes: ¿Cómo son? ¿Cómo se desenvuelven con respecto a los adultos? Al pensar e imaginarnos en niños y adolescentes, podríamos decir que no suelen obedecer las normas de los adultos, suelen ser inquietos, espontáneos, temperamentales. En el caso específico de los adolescentes desafiantes, a veces malhumorados y hasta cuestionadores. Sin embargo, muchas veces, podemos observar niños y adolescentes que se adaptan muy bien a las reglas y normas de los adultos. Académicamente son brillantes, y sobresalen entre sus compañeros por su buen rendimiento académico y hasta en otros ámbitos como deportivos, sociales, familiares. Es como si fueran los “hijos perfectos” “alumnos perfectos” “amigos perfectos”. Sin embargo, nos preguntamos ¿hasta qué punto la perfección es un símbolo de bienestar, salud psicológica?
Los niños y adolescentes con estas características tienden a adaptarse en forma pasiva a la realidad. Es como si priorizaran el adaptarse a las expectativas sociales y pusieran en segundo plano sus propios deseos o necesidades. Inclusive, podrían llegar a sentir culpa si no cumplen o superan las expectativas que tienen sobre ellos. Suelen aceptar las normas sin cuestionarlas y suelen callar ante aquello que discrepan o los podría hacer sentir incómodos. Ejemplos concretos de niños y adolescentes sobre adaptados podrían ser: adolescentes que terminan por elegir la carrera que desean sus padres, al no estar conectados con sus propios deseos y necesidades, al no conocerse, se guían por lo que valora más la sociedad. Niños muy estructurados, que al encontrarse en un espacio sin directivas específicas, les cuesta desenvolverse, jugar e imaginar porque no encuentran ese disfrute en el juego. Niños/adolescentes muy callados, tranquilos y obedientes.
Entonces, nos preguntamos ¿qué consecuencias trae esta situación a nivel psicológico? Este modo de “perfecta adaptación” a la realidad hace que estos niños y adolescentes tiendan a dejar de lado sus emociones para guiarse por lo racional. Esta poca consciencia de sus afectos va generando que aquellos sentimientos que pueden experimentar ante algún suceso, terminen siendo explicados por el exterior. Por ejemplo, cuando ocurre algún acontecimiento que les genera molestia y hace que reaccionen de manera impulsiva, probablemente busquen una explicación tal como: “la otra persona es culpable de que yo reaccione de esta manera”. Inclusive, en casos más extremos, esta manera de funcionamiento representa un alto costo a nivel corporal, ya que aquellas emociones que no son reconocidas ni expresadas, encuentran nuevas vías de manifestarse, es decir, a través del cuerpo. Así vemos reacciones psicosomáticas tales como el asma, dolores de cabeza, migrañas, sarpullido, gastritis, entre otras.
Lo cierto es que la sociedad actual incentiva a que se dé esta sobre adaptación con las exigencias que impone. Cada día se incentiva más la competitividad. Así, cuando un niño o adolescente adquiere nuevos conocimientos que lo colocan por delante de sus compañeros, es aplaudido y felicitado. Los colegios que dan énfasis a la exigencia académica e incorporan cursos de alta complejidad para la preparación universitaria, el adelanto del ingreso a los colegios, que terminan recibiendo niños de hasta 3 años. Asimismo, la exigencia universitaria que presiona a los jóvenes a terminar la carrera lo más rápido posible para luego realizar una maestría y así responder a las “demandas del mercado”.
Entonces, ¿qué debemos hacer para garantizar la salud emocional de nuestros hijos? Primero, cada niño/adolescente tiene un ritmo, no los apresuremos. Por ejemplo, para elegir una carrera, exigiéndoles grandes conocimientos que van más allá de sus capacidades, es decir, exigiéndoles aquello que no es propio de su edad. Segundo, no sólo valorar los logros académicos, también darle un espacio a los afectos: estar atentos a cómo se puede estar sintiendo mi hijo, hablar de cómo nos sentimos en casa sería una buena iniciativa, sobre todo ante lo que se pueda llegar a percibir como un fracaso. Tercero, no condenar las fallas, tolerar el error, intentar comprenderlo y dar un acompañamiento emocional para que el niño/adolescente sienta que está bien fallar, ya que nos permite aprender. Darle un lugar a la frustración, a la molestia. Cuarto, no es recomendable inundarlos de actividades, siempre debe haber un tiempo de disfrute, de juego, recreativo, de reposo para favorecer el bienestar psicológico. Quinto, y último, darse el tiempo para sentarse con su hijo-hija, observar sus esfuerzos, e intentar comprenderlos y acompañarlos. Solemos pensar el éxito escolar como una señal anticipatoria del éxito laboral y en la vida, sin embargo, no será sus diplomas y calificaciones a las que acudirá en el futuro al enfrentar los desafíos y dificultades que la vida le presentará. El niño y adolescente, ahora adulto, acudirá a todos esos recuerdos de cuándo niño se enfrentaba a las dificultades escolares o sociales y sus padres estuvieron con ellos, comprendiéndolos, acompañándolos, mostrándoles una gran fe, valorando sus esfuerzos y teniéndoles mucha paciencia.